Argentina formadora de cocineros líderes
Con escuela tradicional y profunda en el aprendizaje de chefs de renombre, con una larga trayectoria en la construcción de conocimiento gastronómico y con la habitual salida al mundo que ha tenido siempre nuestra cocina, la instrucción académica en el país responde a una de las de mayor excelencia en el mundo. Una oportunidad que se combina con una gran oportunidad de recorrer una de las plazas más sabrosas en diversidad gastronómica.
La fortaleza de la cocina local ha adquirido proyección internacional. A pesar de la lejanía geográfica, partiendo por la fuerte impronta impuesta por el propio Gato Dumas, figuras como Francis Mallmann o Dolli Irigoyen sembraron la cosecha que promovió la construcción de una fuerte comunidad que trascendió fronteras y que, hoy, ya se esparce en el mundo.
Afincados en las profundas raíces vinculadas al placer del comer y a la valoración de las cocinas como generadoras de toda una industria, el hoy nos enfrenta a estrellas del calibre de Mauro Colagreco o Germán Martitegui que se encuentran entre los mejores 50 chefs del mundo.
Estudiar cocina en Argentina es una de las tantas formas de sumergirse en el saber culinario. En este país la mayoría asegura que es imposible comer mal, aún en el más recóndito sitio. Un lugar donde la integración se da en todos los sentidos: estilos, edades, género, conocimientos, tipos de cocina e ingredientes, etc., abriendo un escenario diverso, profuso e intenso para hacer un camino de preparación sabroso y múltiple.
El ejercicio del trabajo gastronómico se encuentra arraigado en las tradiciones locales en todos los destinos a los que se recurra fronteras adentro. La mesa es el sitio de encuentro, de experimentación, de trabajo colaborativo y participativo. La ceremonia vinculada a la pasta del domingo, el asado de amigos, el amasado de la pizza o la picada es expresión del modo en que los argentinos viven la cocina y el comer. Por la gastronomía pasa un ser nacional enriquecido por las múltiples corrientes inmigratorias que no cesan y enriquecen las posibilidades y aprendizajes.
A la par, emerge un comensal inquieto, acostumbrado a la práctica de comer afuera con regularidad, con paladar experimentado, audaz en la prueba de ingredientes y sabores, amante de una diversidad tan amplia que permite el progreso de proyectos gastronómicos de todos los colores y sabores...
Las oportunidades de formación deslumbran en Argentina. El crisol foodie se visualiza en cada calle. Docentes y formadores de nivel, con el recorrido vibrante que partió de los orígenes y se vuelca al saber milennial asegura una plaza como pocas para afilar cuchillos e ir por el sueño de la esquina propia.